La leyenda urbana de la transformación de Madrid, capital de España, en la mítica ciudad de las aguas o mil manantiales de los romanos es tan cierta como sorprendente.

Caminar por las calles de la gran matriz un día extraño, frío y húmedo bajo el auspicio de una noche de una primavera atípica donde las nieves de las montañas que rodean a la ciudad vigilan nuestros pasos, es toda una experiencia para quien como yo solo ha visto este lugar en fotos y por la tele.

Con paso incierto, mi acompañante y yo salimos temprano, tal vez demasiado partiendo de la premisa de que la gente llegaría más de dos horas más tarde. Tras perdernos unas cuantas veces en Madrid en 48 horas, al fin, llegamos.

Conforme nos íbamos acercando al local cuyo exótico nombre era ya toda una declaración de intenciones, vimos cómo iba auentando poco a poco la cantidad de personas que se dirigiían a él o hacían tiempo para entrar.

En el corazón de Madrid, los latidos de la gente marcaban nuestros cansados pasos tras un duro e interminable día de trabajo (casi a nivel de exclavitud) en el que no pudimos ni parar a comer durante cerca de 11 horas.